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Nosotros los peores

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-I-

El cómo surge una generación en pleno siglo XXI escapa del entramado histórico que esquematiza la espontaneidad de los sucesos. Más cuando existe una virtud de resistencia creativa en el marco de funcionalidades contextuales. El cómo hacer, identificar o abanderar el nacimiento de un gremio generacional dista —al menos en las consideraciones afines a estos tiempos— del diagnóstico de una élite o determinismos escolásticos.

A mi entender, la única validación que necesita un suceso histórico, y/o artístico, es la simple transgresión del medio, así como el desentendimiento con los procederes enquistados que no permitan la evolución y su posterior impacto en la realidad. El cómo nace una generación, es más un acontecimiento romántico y empático que académico.

Según el investigador José Triana, «una generación, en su concepción más simple, está formada por un conjunto de hombres que se afirman en un tiempo categórico estableciendo el juego dialéctico y las contradicciones de cada personalidad, creando y desarrollando una sensibilidad, definiendo un carácter, una conducta espiritual perfectamente diferenciada con respecto al pasado y al porvenir. Es decir, una generación informa un estilo, una visión del universo».

Es práctica casi imposible esbozar el impacto y significación que necesitaría un gremio para asentarse como generación. La visión de Triana, aunque bastante afín a la mía, obvia un factor fundamental en sus postulados, y es la concepción de generación dentro de la fenomenología de un tiempo dado, más allá de su establecimiento. La vivencia de diferentes procesos históricos en una realidad determinada es, dentro de lo que concibo como generación, el hecho concluyente que la consolida.

Ella puede presentar diferentes líneas de pensamiento, diferentes tratados políticos, diferentes enfoques filosóficos, diferentes cauces en el hacer; dado que el compartir un medio similar, así como vivenciar eventos de trascendencia, instaura el nexo y la equivalencia temporal que demanda. Es, a su vez, un cuerpo social, un latido presente en las dinámicas del momento, y, sobre todo, un principio ideo-estético que supone un cambio.

El reto a lo precedente, la ruptura con sus poses y la constante evolución de pensamiento, son desafíos que cada generación asume. Sin transformaciones en la manera en que se asimila la política del vivir, no existe revolución y sin esta, el instinto de surgimiento se disipa. Por eso, cada generación debe ir comandada por el disenso, por la negación dialéctica de lo que hubo anteriormente, por el reto de renovación. Al respecto apuntó Marx:

 «(…) los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y trasmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.

Y cuando estos se disponen precisamente a revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.

(…) La revolución (…) no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado».

Sobre este tema comentaría la profesora Alina Bárbara López Hernández, en su libro El (Des)conocido Juan Marinello. Estudio de su pensamiento político, al aludir a la fractura de la generación de intelectuales de los años treinta respecto a las precedentes, a través de la toma de conciencia de sí, auto reconocimiento, identificación de las fortalezas y flaquezas de sus antecesores, solidificación del nexo y sentido de afinidad, respeto a la diversidad, desarrollo individual y colectivo y alimento del debate como ejercicio de crecimiento.

Nosotros
Juan Marinello

Este grupo supuso un fenómeno importantísimo en la historia cubana —al decir de esta autora, fue la primera generación política de la República—, y aunque herederos declarados de los pensadores que los antecedieron, supieron colocarse en su momento histórico potenciando sus rasgos distintivos.

Si hacemos un paneo por el entramado político institucionalista cubano, nos daremos cuenta de que la veneración y subordinación a figuras y prácticas del pasado son constantes en la propuesta del gobierno. Imágenes como las de Fidel, suprimen cualquier autonomía en el área del pensamiento, dado que se impone un dogma autoritario a su esquema, más cuando se promueven consignas del tipo: «Somos Continuidad».

Por tanto, el imaginar un aflore generacional dentro del marco político-social cubano, solo tiene una directriz y es el disenso a esa esfera de poder como método de revolución. No hay cabida para una «nueva generación» en el interior del sector institucional. El esquema hermético y uniforme que propone a través de sus políticas culturales no lo permite.

También el acriticismo, o el comulgar con una idea de negación contextual, automáticamente desvirtúa la afinidad de un grupo de personas en una realidad generacional. No puede existir generación que no responda a su tiempo. Las prácticas desfasadas o el ostracismo son posicionamientos antagónicos a estas pretensiones.

Por otra parte, el sustraerse del plano terrenal y pretender un estatus programático de élite es otra vejación a las dinámicas emancipatorias de carácter social que dan cuerpo a una generación. Dicho fenómeno fue valorado por el revolucionario y marxista italiano Antonio Gramsci de esta manera:

«Hay que deshabituarse y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico, en el que el ser humano no es visto más que bajo la forma de recipiente que hay que llenar de datos empíricos, de hechos en bruto y desconectados que él después deberá encasillar en su cerebro como en las columnas de un diccionario, para poder responder después, en cada ocasión, a los diversos estímulos del mundo externo. Esta forma de cultura es verdaderamente dañina, en especial para el proletariado.

Sirve sólo para crear marginados, gente que cree ser superior al resto de la humanidad porque ha acumulado en la memoria una cierta cantidad de datos y de fechas, que suelta en cada ocasión para hacer de ello casi una barrera entre sí mismos y los demás.

Sirve para crear aquel cierto intelectualismo incoloro y sin sustancia, tan bien fustigado a sangre por Romain Rolland, que ha parido toda una caterva de presuntuosos y delirantes, más deletéreos para la vida social de cuanto lo puedan ser los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos.

El estudiantillo que sabe algo de latín y de historia, el abogadillo que ha logrado arrancar una birria de título a la desidia y al dejar pasar de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado que realiza en la vida una tarea bien precisa e indispensable, y que, en su actividad, vale cien veces más de cuanto valgan los otros en la suya.

Pero ésta no es cultura, es pedantería; no es inteligencia […], y contra ella se reacciona con mucha razón».

Los enfoques descolonizadores, que empoderen a las clases oprimidas, son la savia mayor que persigue este siglo. Sesgos culturales e imposiciones de arquetipos son puntos de inflexión en el esquema que llevamos a cuestas, mientras tratamos de desentendernos de él y desaprender toda noción supremacista que sustraiga sus derechos naturales a las personas.

El abandono del elitismo y de las prácticas segregadoras supone un paso importantísimo para la conformación de generaciones consustanciales a nuestro momento histórico. Reconocer el espectro cultural como un todo indisoluble ante dictámenes hegemónicos, es clave en el discurrir generacional del siglo XXI.

Las generaciones son iguales a su etapa, toda vez la transgreden. No puede concebirse una nueva línea política, o de pensamiento, que acapare tratados obsoletos por el tiempo. Mirarse en el espejo de la sociedad en que se vive y encontrar ahí la dramaturgia de la revolución es lo que legitimará a los gremios que florezcan bajo el nombre de Nueva Generación.

-II-

La peor generación fue, en primera instancia, un libro, una antología concebida por Alejandro Mainegra, editado por Adriana Normand y prologado por Alina B. López Hernández, para luego convertirse en el nombre de un panel literario que por reiteradas censuras, nunca aconteció. El volumen —que por problemas económicos no ha visto la luz—, así como el panel, comulgaron con la idea de presentar firmas que comparten realidad histórica, toda vez la relatan desde sus diferentes estéticas literarias. Sea desde la crónica, el ensayo, la poesía, la crítica o la narrativa; los títulos antologados y sus autores aportan al quehacer del sector creativo cubano.

Nosotros
(Collage: Barricade Cuba y Raymar Aguado Hernández – Facebook)

El proyecto, luego de las censuras, los múltiples ataques del poder político y algunos de sus voceros, así como de ciertos intentos de desacreditación, cobró un vuelo marcado principalmente en redes sociales, donde muchas personas se solidarizaron con la causa y brindaron apoyo, pero sobre todo, sintieron suyo el pálpito de la propuesta. Así se fraguó, entre el ímpetu y la tensión del momento, la legitimidad de una generación. Esta que se pensó como literaria, pero al pulso trascendió sus propias concepciones para reescribirse, románticamente, política y cultural.

Más allá del rango etario, el vínculo entre los miembros de La peor generación transita por la vivencia y concreción de sus escritos en una etapa puntual de nuestra historia. La mayoría entraba en su adolescencia o temprana juventud cuando la muerte de Fidel Castro, vieron el proceso de normalización y posterior ruptura de relaciones con el gobierno de los Estados Unidos, tuvieron acceso de manera más directa a las redes sociales y a Internet, vivieron los debates sobre la vigente Constitución, sufrieron el embate de la pandemia de Covid-19.

Protagonizaron, en su mayoría, sucesos sin precedentes en más de sesenta años, como la marcha del 11M, la sentada del 27N o el estallido social del 11-J. Sintieron las consecuencias de las nuevas sanciones impuestas por la administración Trump que recrudecieron el bloqueo, y que aún mantiene en su mayor parte la administración Biden. Vivencian la normalización de una pésima gestión del gobierno cubano, así como el carácter represivo que impone en su relación con la ciudadanía.

Contemplan el fracaso de la unificación monetaria y la Tarea Ordenamiento, que desencadenaran una crisis inefable. Fueron testigo de la aprobación del nuevo Código de las Familias, que otorgó una serie de derechos a sectores vulnerables. Pero, sobre todo, están involucrados en una situación novedosa: la del reclamo frontal ante el poder político y sus excesos por parte de un amplísimo sector popular.

La mayoría de estas personas han sufrido represión y acoso por parte de los órganos de Seguridad del Estado. Han sido víctimas de chantaje, censura, desplazamientos y campañas de descrédito. Han probado la mano dura de un sistema totalitario que no contempla el disenso como opción. Pero la firmeza de resistir ante estos atropellos, así como la constancia en su crítica, les hizo consolidar una perspectiva generacional.

Esta generación logró publicar al margen de la institución, principalmente desde plataformas independientes. Y si bien muchas de sus voces no dominan el plano mediático, otras se han dado a conocer a raíz de su activismo. Esta arritmia en el sello del grupo, es evidencia de la pluralidad que ostenta. En él convergen tantas posturas políticas e ideo-estéticas como personas.

El transfeminismo, el antirracismo, la descolonización, la lucha LGBTIQ+, la guerra al patriarcado, la sexualidad, el deseo, los caprichos carnales, la política interna, así como el compromiso con los sectores oprimidos son temas recurrentes en el esquema discursivo que proponen, toda vez lo sintetizan en una tarea de exégesis contextual y de denuncia. Resulta lo anterior el ethos principal del grupo.

La peor generación halló y propuso su voz en un contexto sumido en cerrazones políticas de todo tipo, siendo parte del proceso reestructurador de la identidad cultural nacional y sus concepciones sociales. Desde las diferentes aristas que aborda cada miembro, florece y se evidencia el discurrir cubano. Ellos son un subproducto de su tiempo y realidad, donde el exilio es una constante, como el miedo al mañana, la desesperanza, la frustración, el hastío, el rechazo al gobierno. Sus narrativas van permeadas de lo que acontece en Cuba. Dominan de esta forma el idioma de su tiempo, que en constante simbiosis con sus razones de integración e inquietudes, concreta la virtud de su acción creativa como abono de su realidad.

Necesitarán estos autores mucha templanza y coherencia en su proximidad discursiva. El futuro se les avienta encima como avalancha; y solo la entereza ético-creativa definirá la veracidad de sus procederes. El ego es una variable secundaria en ecuaciones políticas. Ninguna idea o sello narrativo podrá sostener desde el individualismo el peso de una generación. Quienes sepan relatar más allá de sus propias pretensiones, gozarán la legitimación del futuro. Quienes no, pasarán intrascendentes en el intento de apuntalar una obra tomando como base sus narices.

Los peores, son la evidencia de que existe todo un fenómeno cultural que se magnifica y consolida adyacente a la institucionalidad. Las voces que lo conforman se colaron en la dinámica por la que transitamos, y aunque el poder político se empeña en acallarlas, sostienen en sus letras la resistencia. Así representan un estandarte de renovación política y reinvención en el esquema de pensamiento de los creadores y la ciudadanía. De esta forma se desligan de la retórica de la «continuidad» y proponen, desde su hacer, un nuevo proyecto de país.  

La Peor Generación ya no es un libro, ni un panel, es un sentimiento compartido dentro de una realidad histórica. Con el nombre podrán hacer ascuas, pero el pálpito nos trasciende. Como anteriormente he dicho: este fenómeno es un hecho, y si arde, mejor. La virtud de sus integrantes dirá la última palabra, o no. El tiempo pone todo en su sitio. A mí solo me queda observar.


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